jueves, 25 de junio de 2009
MONTAJES
lunes, 8 de junio de 2009
BELLOS MONSTRUOS
domingo, 7 de junio de 2009
HAPPY TOGETHER, de Wong Kar-Wai
DOS CHINOS EN EL FIN DEL MUNDO
Hong Kong es una ciudad con los nervios de punta, histérica, asfixiante; la gente grita, come, grita mientras come y corre mientras grita. Donde hay un chino siempre hay mil chinos más. Sus habitantes se acostumbraron a la multitud, a caminar rápido, a pasos cortos, a no mirarse, a no chocarse y escasamente te encuentras solo.
Buenos Aires es una ciudad nocturna, que sufre de insomnio, prende sus luces , pero también las apaga, sus fiestas son tango, sus fiestas son rock, tiene cinco estrellas pero a veces ni una, la ves aturdida y sonámbula, la nostalgia reina, el desenfreno atrapa y todavía encuentras alguna calle vacía donde ni un alma se asoma para recordarte que no estás solo.
Happy Together es un viejo tema de The Turtles que suena a fiesta. Es también la película con la que Wong Kar-wai ganó en 1997 el premio al mejor director en el Festival de Cannes y, sobre todo, es la mentira de Lai y Ho, dos hombres enamorados que lejos entendieron que eso no esta suficiente.
Lai You-fai (Tony Leung Chui-wai) y Ho Po-wing (Leslie Cheung) dejaron Hong Kong para aterrizar en Buenos Aires, sellan sus pasaportes y quedan marcados en el final del mundo, en el sur más sur, atrás Hong Kong queda invertido, desenfocado, para acostarse en una cama en blanco y negro y amarse, tal vez con ansiedad, tal vez con pasión, tal vez con desesperación.
El mantra de Ho es “volvamos a empezar”; el mantra de Lai es “si”. Repiten sus mantras, repiten sus karmas y todos los días vuelven a empezar creyendo, al principio, que su historia era un asunto de amor, pero con el tiempo y sus sucesos, entendieron que antes del amor estaba su condición de hombres, hombres solitarios y casi encerrados en un país desconocido, donde lo más cercano a sus vidas es el otro, a quien querían odiar o por lo menos olvidar.
Por una larga autopista Lai y Ho viajan perdidos, quieren llegar a las cataratas de Iguazú, pero nunca llegan juntos. Un nuevo rompimiento, una nueva despedida que saben que no será la última y empieza la historia de Happy Together (1997).
Lai trabaja de portero en el Bar Sur, suena un bandoneón y una milonga, una pareja baila, en la acera él permanece mientras bebe, tal vez brandy, se fuma un cigarrillo y espera. Tiene un apartamento en una pensión, teléfono público, mueres peleando por la renta en una cocina mugrienta, paredes caídas, papel de colgadura rasgado, televisor sin antena. Su vida transcurre entre cigarrillos y sin sobresaltos, trata de ser consecuente, crear una vida, tener un lugar.
A Ho se le puede encontrar en alguna discoteca, algún motel, algún taxo frenético, sexo a cambio de una noche de luces, música y dinero, con su chaqueta de cuero amarilla seduce y corona la noche. Vive de sus relaciones furtivas, de sus maquinaciones, de sus ambiciones fáciles.
-Volvamos a empezar.
-No.
Demasiados si, demasiado amor, demasiada desolación. Encuentros, reconciliaciones, desencuentros. Son dos chinos varados literalmente en el fin del mundo, incapaces de ser felices juntos e incapaces de serlo por separado. Permaneces incomunicados, en el más perfecto mutismo, aislados, y no es cuestión de idioma, están ensimismados.
-Volvamos a empezar.
-No me busques más.
Pero cómo no buscarse, cómo no dejarse encontrar. No es tan fácil. Comparten su origen, su lenguaje, su lejanía, su soledad y su aislamiento. No es cuestión de amor o desamor simplemente, es humanidad, cooperación, son sus vidas unidas inevitablemente. Es así cono Ho puede aparecer herido en la casa de Lai y se abrazan con dolor. Es así como Ho puede recostar su cabeza en el hombro de Lai mientras viajan en un taxi y recibe con gusto un par de caladas. Así fue como Lai se va a dormir al sofá y cede su cama a Ho y, nuevamente viviendo juntos, empiezan a vivir en el infierno.
Ho con las manos vendadas, ciego de la soberbia y la inconsciencia no entiende que Yiu no quiera compartir más su misma cama, a pesar de que lo baña, le da de comer y mata las pulgas que lo han picado. Lai, por su parte, quisiera tenerlo lejos pero lo retiene, lo cela, lo encierra, no soporta la idea de que salga con otros hombres, de que se ponga su chaqueta de cuero amarilla y trata de mantenerlo al tanto de ese Buenos Aires a cien kilómetros por hora hasta el punto de llenarse los brazos con paquetes de cigarrillos para que Ho no tenga necesidad de buscar la noche.
Viven una guerra de roces, chantajes, peleas y aún así pueden bailar un tango en una cocina de baldosines grasientos y curtidos, tocarse nuevamente, como siempre, tal vez con pasión, tal vez con desesperación.
Yui cambia de empleo, una especie de violencia lo desquicia, ahora trabaja en la cocina de un restaurante chino, entre el brócoli, los huevos y el mijong, llama a Ho frecuentemente mientras una voz grita: “Siempre hablando por teléfono”.Chung, otro extranjero varado que viene de Taipei, se mantiene atento ante Lai, su voz, lo que dice y cómo lo dice, y descubre fácilmente que Lai no es feliz.
Chung y Lai empiezan a compartir sus vidas, su relación transcurre entre partidos de fútbol callejero, cervezas, conversaciones pausadas, un llanto queda grabado en una cinta magnética, nadie busca involucrarse con nadie, nada de enredos, de líos, simplemente comparten un tiempo. En poco tiempo logran estar muy cerca, no es cuestión de cuerpos, pasiones y amoríos, es sólo el poder compartir con alguien un poco el alma, porque se la muestras, porque te la descubre, sin dolor, hasta una nueva ausencia.
Lai sabe que llegó también su hora de irse, está perdido en esa ciudad de stops rojos alejándose y de luces amarillas acercándose, busca la noche, la calle, el sexo anónimo pero sabe que ese mundo no es el suyo, y prefiere trabajar en un matadero, entre reses muertas y remolinos de sangre, hasta largarse con sus recuerdos, sus cigarrillos y el hastío que quiere mojar en las cataratas de Iguazú, un viaje de dos, ahora él solo, Happy together.
Y Lai empezando de nuevo, Chung haciendo su propio destino y Ho cargando sus propios pesares, saben que nunca serán los mismos, aunque vuelvan a visitar le mercado y recorrer la ciudad en metro, aunque vuelvan a escuchar las misma canciones y a oler sus olores, saben que Hong Kong ya no es el mismo porque ellos no lo son.
LA INVASIÓN CHINA DE LOS SENTIDOS
¿A quien le interesa si la historia de esta película transcurre entre un hombre y una mujer, un hombre con otro hombre o una mujer con una mujer? A nadie debería interesarle. Según el mismo Wong Kar-wai, esta historia es simplemente acerca de las relaciones humanas, donde las personas aman y odia con la misma intensidad sin importar el sexo.
Aunque muchos insisten en subrayar que es una película acerca de la homosexualidad, el director en ningún momento se esfuerza en destacar esa temática, surge con una naturalidad difícil de rastrear en otros filmes, siendo la forma más consecuente y honesta cuando se quiere hacer una película que rompa los estereotipos y el tabú que la temática gay despierta, donde se cae fácilmente en lugares comunes y la homosexualidad sigue tratándose como una gran novedad en la que hay que detenerse como un fenómeno. Happy together logra traspasar esa gastada concepción y se siente libre, más allá de bien y del mal.
Wong Kar-wai, que ha sido comparado con Antonioni y Godard en el cine , y con Kerouac en la literatura. introduce una innovación técnica y estética en el cine de Hong Kong. La película parece un homenaje al color, los rojos son sangre, los amarillos tierra y el azul da frío. El fotógrafo australiano, Christopher Doyle, quien ya había trabajado con el director, nos invierte la cámara, se paraliza y baila con ella, hay momentos frenéticos, de imágenes cortar a toda velocidad y luego un letargo como un largo silencio.
La música es otra historia: Caetano Veloso, Frank Zappa, Astor Piazzolla, suenas a cataratas, a colchón sin sábana, a carro sin gasolina, acomida con palillos, a tacones de bailarina y a taxi sin frenos. “Con los oídos se ve mucho mejor que con los ojos, se puede fingir que se es feliz con un gesto, pero una voz nunca miente, escuchando lo puedes ver todo”, son palabras de Chung y , ciertamente, escuchando esta película nos acercamos un poco más al alma de estos personajes, al alma de estar historia que se las da de happy, pero escuchamos que no es así.
Wong Kar-wai aparece en escena en 1988 con As Tears Go By y a partir de entonces lo rastreamos en su filmografía como director con Days of Being Wild (1991), Ashes of time (1994), Chunking Express (1994), Fallen Angels (1995) y Happy Together (1997) que nos deja con la sensación de una cinematografía que explora en la estética, pero que no se queda contemplándola sin que con ella profundiza en la honduras de los hombres, en sus secretos inconfesables, en su vida cotidiana llena de sinsabores, muecas, reconciliaciones, amor y desamor. Sus películas han explorado diversos mundos, los gángsters, la ferocidad de los años sesenta, luchadores de artes marciales, policías sentimentales, violencia inclemente y eternos solitarios. Puede leerse en sus filmes una ambigüedad, Wong Kar-wai es un amante de la acción , puede rastrearse su gusto por el vértigo, la velocidad, la violencia y al mismo tiempo, como en una persecución, corre tras esa acción un sentimiento y un drama psicológico. Sus personajes frenéticos cada vez se hacen más humanos, no son héroes, son hombres.
Sus últimos filmes parten de una imposibilidad. Las voces en off de sus personajes nos hablan de ellos, es una voz reflexiva, no referencial, que piensa, que trata de esclarecer encrucijadas, apuesta al destino. Es un cine básicamente de acción en cuanto acontecimientos, uno tras otro; sin embargo deja un espacio exclusivo para el pensamiento, para el discernimiento, que nos deja penetrar en un ámbito mucho más subjetivo, de percepciones, intuiciones, cuatro sentidos.
El cine Made in China y, en general, el de ese Oriente remoto, ha sido desconocido en estos lados por muchos años. Sus directores, sumidos en el anonimato, apenas, después de años de trabajo y una rica filmografía, se están dando a conocer a través de los diferentes festivales internacionales, llegando a nosotros, un poco tarde, pero justo a tiempo para invadir nuestros sentidos.
viernes, 5 de junio de 2009
CLOQUERS, de Spike Lee
El HOMBRO DESNUDO de un hombre negro, con el orificio perfecto de una bala, y no propiamente perdida, se aleja lentamente para dejarnos contemplar el panorama de un hombre muerto y muerto a balazos. Mientras tanto, el letrero de la Universal Pictures hace su magnífica aparición y anuncia a Spike Lee como su director. Nada qué hacer, lo que siguen son muertos, muertos con una bala en la mejilla, en la espalda, en la nuca, muertos en la calle, hay sangre en los tacones blancos de una mujer, sangre seca, sangre en delgados hilitos y sangre derramada en nombre de nadie.
Un libro de Richard Price, nominado por The National Book Critics Circle Award fue el origen de Clockers, una película que cuenta con nombres como Martin Scorsese como productor –luego de cederle la dirección a Spike Lee- Terence Blanchard en musicalización, Sam Pollard en edición y Hervey Keitel, Isais Washington, Delroy Lindo y John Toturro como algunos de los actores. Una película donde Spike Lee vuelve a realizar un retrato fiel y vívido de la comunidad negra que habita la capital del mundo. Brooklin es a ahora el escenario donde veremos cómo no es necesario ser un asesino para tener el valor y, si se quiere, el desquicio para descargar un arma en el cuerpo de otro.
En medio de cintas amarillas y letras negras donde se lee: Crime scence, do not cross, comienza Clockers (1995), una película que transitó silenciosa, fantasma e invisible en nuestras carteleras, un film que pareciera el resultad de una decantación, donde Spike Lee pasara más de una docena de sus películas por un cedazo, esperara pacientemente, sin afanes pero con pretensiones, y dejara capturado lo mejor de ellas. Una fotografía y una cámara que intentan trasmitir la realidad tal cual, pero que inevitablemente la sublima, haciéndola lucir bella y hasta poética a pesar de su crudeza; Un guión complejo, comprometido y bien resuelto; temas musicales que no sólo suenan; una edición en manos de Sam Pollard, quien ya había trabajado para Spike Lee en varias de sus películas, nos pasea inteligentemente entre el presente y el pasado, dejando que sea el mismo espectador quien reconstruya el relato; unos personajes tan reales como cautivadores, que no saben nada de estrellas sino de actores.
En un parque, que puede ser feroz y desalmado como cualquiera, es donde Spike Lee pone a transitar esta historia de policías y ladrones, en este caso de policías y Clockers, conocidos así los dealears o vendedores de drogas. Spike Lee se toma todo su tiempo, más de dos horas y media, para contarnos la historia de Strike (Mekhi Phifer), uno de los tantos que habitan esos condominios, quien sufre el úlcera, es experto en ferrocarriles y está apadrinado por Rodney Little (Delroy Lindo), un hombre seriamente respetado en el negocio a la fuerza con quien se verá involucrado en un homicidio.
El policía es Rocco Klein (Harvey Keitel), quien vuelve tres años después a las calles de New York, otra vez en nombre de la ley, luego de protagonizar Bad Lieutenant (1992), de Abel Ferrara, pero al contrario del film de Ferrara, donde es un policía corrupto, canalla y sin escrúpulos, en Clockers, Keitel tiene la oportunidad de redimirse y es un buen policía, o por lo menos quiere hacer justicia al lado de su compañero Larry Mazilli (John Toturro).
Tras una calma aparente el parque, en un día cualquiera empieza a hervir como el agua. Suena una canción Children of the guetto, como un coro de niños de iglesia un domingo. Un joven blanco llega a comprar droga, el negocio está perfectamente trazado, todos ocupan sus lugares estratégicos, un silbido, una mano roza un cráneo, señales al estilo béisbol, paquetes dejados silenciosamente en una caneca, miradas cautelosas, oídos afilados; sin embargo, la policía hace su incursión, con la ferocidad y la brutalidad a la que Spike Lee nos tiene acostumbrados, manos en la cabeza, sus bolsillos son saqueados, sus nalgas son desnudas y humilladas ante los ojos de una madre que observa tras una ventana. El gato y el ratón, el juego de siempre: están limpios.
Escenas cotidianas, ninguna novedad en el frente hasta que Rodney busca a Strike para solucionar un problema. Horas más tarde un hombre que atendía en un puesto de comidas rápidas es encontrado muerto en la calle, con cuatro impactos de bala; y con la misma crudeza, llegan los investigadores Rocco y Mazilli a la escena del crimen donde yace el tendero muerto, Spike Lee, de overol azul y casco blanco y con un cinismo difícil de igualar, propio de Keitel, manipulan el cuerpo. Rocco hace la presentación oficial entre el muerto y sus compañeros e incluso canta el trozo de una canción. Lo que sigue son gajes del oficio: calculan su edad y cuentan el número de orificios que atraviesan el cuerpo. Victor (Isaias Washington), el hermano de Strike, confiesa ser el asesino, ¡Le disparé a alguién!, pero los detectives Rocco y Mazilli no están tan convencidos - Victor es un buen hombre, padre de familia, hijo ejemplar, no tiene el cuadro clínico de un asesino-, y apuntan su olfato hacia Strike: están convencidos que él, y no se hermano, es el culpable.
Y es precisamente el cínico del detective Rocco quien nos conducirá por este crimen donde se involucran las más complejas y dolorosas relaciones familiares, donde los niños ya no distinguen la diferencia ente un video juego y la realidad, donde es difícil sobrevivir en la lay y fuera de ella, donde los asesinos no son los únicos que matan, porque la vida y la muerte están en la misma esquina dibujada en aerosol. La caracterización de los personajes, las relaciones entre ellos y la forma como se presentan los acontecimientos nos dejan ver a ese Spike Lee que presenta las dos caras de la moneda, donde los sucesos siempre están rodeados de circunstancia y personalidades ambiguas; no es tan fácil, no hay chicos malos ni buenos, todos somos un poco de las dos cosas.
SRIKE, EL DISCÍPULO
Siempre con una Milanta en la mano, Strike camina sin prisa. Su actitud le da la apariencia de estar más allá del bien y del mal, lleva la cabeza rapada como todos aquellos que han sido adoctrinados por Rodney. Durante el transcurso de la investigación, la úlcera de Strike se agudiza, escupe sangre en sus pañuelos y empieza a ser perseguido desde todos los frentes. Rocco no lo pierde de vista, Rodney quiere su silencio, una madre en cólera lo acusa del ser el culpable de la cabeza rapada de su hijo y un policía del barrio no pierde oportunidad para tomarlo por el cuello. Mientras tanto intenta sacar a su hermano de la cárcel, sobrevivir y recitar la historia de los ferrocarriles mientras raspa una roca de cocaína. Su último paisaje será el amarillo seco y desolado de un atardecer.
Strike, que nació en el seno de una familia donde la palabra dignidad se convierte en una oración, permanece en el lindero entre lo que conoce como bueno y lo que descubre como oportuno. No le vende el alma al diablo, sólo se la alquila.
TYRONE , EL HEREDERO
Un niño, de unos diez años, será el heredero de toda esta barbarie. Tyrone es uno de los tantos niños que ruedan en bicicleta por los condominios y va a la escuela pero, a diferencia del resto, fue el elegido por Strike, como él lo fue de Rodney, para perpetuarse. Tyrone no duda e raparse la cabeza y ser cómplice de los ferrocarriles, las rocas blancas y las armas.
Juega Gansta, un videojuego donde un niño en bicicleta apunta con un arma y cada punto será el resultado de un disparo directo al corazón. Tyrone está en un campo minado, Gat´ Cha, suena una bala.
Tyrone es los miles de niños que desde la cuna aprenden de calibres y distinguen, a la primera detonación, si es una bala, un taco de dinamita o de pólvora. Es uno de los tanto que se cansará de tratar por la buenas y levantarse antes de que salga el sol. Tarde o temprano se dará cuenta que hay caminos más fáciles en una sociedad donde siempre será un emergente.
SPIKE LEE, EL MENSAJERO
En medio del fuego cruzado, Spike Lee aparece sin temor. No le teme a las escenas de gran magnitud, a los planos inesperados, no teme mostrar los muertos y levantar su hedor, no disimula la sangre ni la brutalidad. Al igual que varias de sus películas, Clockers fue clasificada con una R, una R que nos advierte una gráfica violencia, un lenguaje fuerte y con contenido de drogas.
Como en casi todas de las películas de Spike Lee, la trama es un tejido que se va enredando hasta hacerse invisible el hilo que las originó. Los personajes van involucrándose los unos con los otros, y como dice la frase promocional del filme, Cuando hay un asesino en la calle, todo el mundo es sospechoso. Las consecuencias de los actos son impredecibles, cualquiera puede estar en el lugar equivocado, a cualquiera le puede llegar la hora en la parada del bus o paseando a su perro.
Puede decirse que Spike Lee tiene cuatro películas donde condensa todas sus aspiraciones activistas acerca de la problemática racial, pero en realidad todas lo son. Lee tienen una baraja abierta de posibilidades donde recrea un pedazo de esa comunidad, pero es en Get on the bus (La marcha del millón de hombres, 1996), Do the right thing (Haz lo correcto, 1989), Malcom X (1992) y Clockers, (Hermanos de sangre, 1995), donde el director saca todas sus reservas y plasma una obra verídica sin escatimar esfuerzos para plasmar esa realidad, que tanto conoce, tal y como es. Pero a diferencia de las dos primeras, su discurso anti-racista aparece en Clockers más tácito que en otros de dos filmes, pero siempre está merodeando las esquinas. Spike Lee presenta esta historia, y si se quiere, esta tragedia, como en cámara lenta. Habla de esa realidad desalmada, inhumana y feroz, pero se intuye a un Spike Lee que ya no siente rabia; sucede algo más doloroso: en Clockers, la rabia es sustituida por la tristeza.