jueves, 25 de junio de 2009

MONTAJES


WATERMELON MAN



Realización: Anna Giralt
Montaje: Isabel Botero


SPEAK LOW


Realización y Montaje: Isabel Botero


LA FERIA



Realización: Anna Giralt
Montaje: Isabel Botero


SATUNA



Realización: Anna Giralt
Montaje: Isabel Botero

lunes, 8 de junio de 2009

BELLOS MONSTRUOS

Artículo publicado en la Revista Wendy & Rita. 2008



Idólatras del credo de las apariencias

La belleza nunca es inocente. Cada época ha tenido su propio canon de belleza que responde al carácter, convenciones y obsesiones de cada momento histórico. El cuerpo, como una esponja y un espejo, absorbe y refleja la cultura. En la eterna búsqueda de la belleza, moldeamos nuestros cuerpos persiguiendo un prototipo que esconde motivos ocultos y razones inconfesables.

Shisuka es japonesa y se puso pliegues en los párpados para tener ojos occidentales. Carmen convirtió sus labios en una boca de actriz de porno. Didier, de Nigeria, usa crema para decolorar su piel y Lily, inglesa, es adicta a la cámara autobronceadora. Sara, acomplejada por heredar el pecho del padre, se implantó 1 kilo de silicona en los senos, los mismos que Mariona se quitó, acomplejada por parecer una vaca. Teresa, de nariz larga, se siente como Cyrano de Bergerac, mientras que Julio, de nariz chata, sufre por tenerla de boxeador. Ramón invierte casi la mitad de su sueldo en tratamientos contra la calvicie mientras que Luz acude mensualmente a la depilación láser.

A pesar de diferencias culturales, lingüísticas y geográficas, gran parte de la humanidad se ha puesto de acuerdo sobre los rasgos físicos que merecen ser admirados y copiados. Buscamos acercarnos a ese modelo de belleza que la sociedad hegemónica ha impuesto y que cada vez es más inalcanzable. Nos hemos sometido a la belleza, como si fuera un tirano, que no nos deja más opción que ser jóvenes y bellos a cualquier precio. Como no podemos cambiar de vida, cambiamos nuestro cuerpo. Dejamos de ser un cuerpo para tener un cuerpo.

Pero el canon de belleza no es universal. En algunas tribus africanas los senos femeninos flácidos y caídos hasta la cintura son símbolo de belleza. Para las mujeres Padaung, la belleza se mide por el número de anillos que tiene alrededor del cuerpo. La mujer Tuareg es valorada por la cantidad de pliegues que pueda acumular en su vientre. En la búsqueda de la belleza, las culturas se insertan platos en los labios y las orejas, usan tatuajes, se clavan huesos de animales, se liman los dientes, se pintan con henna, se atrofian los pies, se mutilan la nariz e incluso, como sucedía en Etiopía, gustaban de las cabezas cuadradas. Parecen torturas, como los tacones, pero son rituales de belleza. Porque para gustos, colores.

Desde los cuerpos rollizos esculpidos en piedra hasta las ciberchicas despampanantes dibujadas con bits, la historia de la humanidad está marcada por la búsqueda de la belleza y la perfección. Cada época, mediante el arte y los medios de comunicación, ha idealizado los cuerpos que consideran bellos.

HISTORIA CARNAL

Imagino que en la prehistoria tenían bastantes cosas que resolver, como descubrir el fuego, inventar la rueda y protegerse de los dinosaurios como para dedicarle mucho tiempo al tema de la belleza. Sin embargo, se conservan de esta época esculturas y pinturas rupestres de cuerpos rollizos que representan el culto a la fecundidad y hacen suponer que el ideal de belleza de la prehistoria eran cuerpos de abundante carne que ostentaban una buena nutrición por la dificultad en que tenían para conseguir los alimentos.

Es en Egipto donde se crea por primera vez la representación abstracta y matemática del cuerpo basada en un sistema de proporciones. Hay una explosión de la estética corporal, el peinado, el maquillaje e inclusive la cirugía. Las esculturas y pinturas de esta época muestran figuras esbeltas y bien proporcionadas, de cintura marcada, ojos rasgados delineados de negro, cuellos largos, piel rojiza e indumentarias ricas en accesorios ornamentales.

Los griegos definían el sentido general de la belleza como el resultado de cálculos matemáticos, proporción y armonía. Un cuerpo es bello cuando todas sus partes son proporcionadas a la figura entera. La belleza corporal fue representada a través de esculturas de jóvenes atletas y las esculturas femeninas muestran cuerpos desnudos o envueltos en túnicas que insinúan las formas de cuerpos proporcionados y algo robustos según los cánones actuales, cuellos largos y rostros fríos y esteriotipados.

Roma heredó los gustos de los griegos pero a los cuerpos desnudos se les añadieron las armaduras. Los peinados y cánones de belleza de esta época fueron cambiando a través de la larga duración de este imperio y las influencias que recibió de los diferentes pueblos que fueron conquistando. El festín de la belleza tendrá su fin con la caída del Imperio Romano y la entrada a la Edad media. La belleza era un atributo de Dios, por lo tanto su investigación era una rama
de la teología. La coquetería fue reemplazada por la austeridad. El Cristianismo impone recato en las vestimentas y desaparece el maquillaje. Las mujeres esconden su cuerpo, e incluso usan cinturones de castidad. Se aprecia la belleza espiritual por encima de la corporal. La imagen femenina por excelencia fue la Virgen Maria, la madre de Dios, y, gracias a las invasiones bárbaras, se impone la belleza de las nórdicas y los caballeros.

El Renacimiento regresa al canon de belleza del mundo clásico basado en la armonía y la proporción. Los cuerpos se idealizan, buscan la perfección y la delgadez reflejaba espiritualidad. La mujer, representada en “El nacimiento de Venus” de Sandro Boticcelli, encarnaba la unidad entre belleza, amor y verdad. También las mujeres rellenitas de Rubens, son de este periodo y la Mona Lisa, de Leonardo Da Vinci, quien expresa lo que para él constituye un cuerpo
perfecto en su Tratado de pintura con el Hombre de Vitruvio. De este periodo es también el David de Miguel Ángel, que refleja la exaltación de las proporciones humanas y el rostro idílico que busca la perfección.

El hombre, al descubrir que no es el centro del universo, emprende una búsqueda de nuevas expresiones de belleza que desembocará en el Barroco, época por excelencia de la apariencia y la fastuosidad. Los nobles mostraban sus hábitos imposibles para separarse de la plebe y eran los que marcaban las pautas de belleza. Pelucas y peinados de hasta dos metros de altura estaban de auge. También el uso de perfumes, carmines, lunares y corsés que fracturaban las costillas, encajes, ropas suntuosas y tacones. El ideal de belleza femenino eran cuerpos más entrados en carne que los del renacimiento, escondidos bajo exagerados trajes, pechos voluminosos resaltados por los corsés, cinturas de avispa, brazos y caderas redondeadas. Tanto hombres como mujeres, blanqueaban la piel con talcos y coloreaban rosadas las mejillas.

El Siglo de las luces está marcado por el Romanticismo y la Ilustración que cultivan la individualidad y marcan la entrada del mundo moderno. Será una época contradictoria en cuanto a los modelos de belleza ideal pues mientras la Ilustración y los Estados modernos fomentaban los cuerpos sanos y sobre todo, útiles, el romanticismo exaltaba el cuerpo etéreo y enfermo. Es en esta época cuando la mujer entra en la vida pública. Se liberan de los corsés y
aparecen los cuerpos más naturales y libres. Aparece el tema gótico y gracias a los viajes y expediciones, nace el gusto por los exótico, lo curioso y lo diferente. En 1789 se produce la revolución francesa y en contraposición a las costumbres de los nobles, las pelucas se guardaron en el armario y empezaron a llevar el cabello natural.

La industrialización y el capitalismo en expansión crearon ciudades uniformadas y lóbregas, al mismo tiempo que se relaciona el cuerpo con la máquina. En respuesta a este anonimato entre la masa, se busca ser “diferente”. Se profesa un gran amor a la belleza y un gusto por lo excepcional, encarnado por el Dandi, una figura que nace en la sociedad burguesa a principios de siglo en el que la elegancia y el extremo refinamiento se unen a la provocación. La vida no se dedica al arte sino que el arte se aplica a la vida.

A finales de siglo, la moda se fue unificando en Europa occidental y Paris se convirtió en la capital del estilo. Faldas, encajes y enaguas. Sombreros, cintas y tul. Se profesaba el buen gusto y la exquisitez en la alta sociedad mientras que, gracias a la revolución industrial, la mujer, que se había incorporado al mercado del trabajo, necesitaba estar cómoda. A mediados del siglo se publican las primeras revistas femeninas que promocionaban las nuevas tendencias, surgen
industrias que vestían tanto a ricos como a pobres.

El siglo XX con el nacimiento de los medios de comunicación masivos, sobretodo el cine, hará posible que los ideales femeninos y masculinos se generalicen, idolatren y sean copiados. La moda se convierte en algo cambiante y susceptible de ser archivada rápidamente y los prototipos de belleza responden a motivos sociales y económicos. El misterio de la femme fatale, la silueta lisa y andrógina que bailaba el charlestón, las voluptuosas, sofisticadas y rubias platino como Marylin Monroe, la mujer avispa del Rock n´roll, las lolitas descaradas, las hippies flacas, los hombres querían ser como los Beattles, los afros y los pantalones campana, el reinado de la cosmética, el plástico, los colorinches, el Punk londinense y el pop, El look “underground” de tatuajes y piercings, el “Grunge” desgarbado, bohemio y sucio. Las pasarelas y el reino de los huesos.

Hoy en día el cuerpo es el kit de la presencia. Los cambios del patrón estético responden a la nueva ideología del poder: el mercado, que genera miles y miles de millones a costa de nuestra insatisfacción y los cuerpos que, extrañamente, también empiezan a parecerse unos a otros. Es difícil imaginar una mujer de medidas 100-45-80, el cuerpo de la Barbie, en caso de que fuera humana. Una imagen que lleva más de 40 años impresa en el subconsciente de varias generaciones en todo el mundo.

Ya en Estados Unidos las reuniones para tomar el té son del siglo pasado, si quieres estar realmente In, apúntate a una “Botox partie” o a un “Peeling after lunch”. En Suramérica se organizan viajes turísticos que incluyen visitas guiadas a centros de cirugía estética y los alemanes tienen sus “Lunch time beutty”.

El mercado de la delgadez vende cuerpos desnatados, descafeinados y decolorados. La obesidad se ataca como una epidemia y los supermercados cada día más se parecen a las farmacias.
El cirujano plástico se convierte en el creador de seres nuevos, a veces bellos, a veces monstruosos. Es el artesano, el escultor, el arquitecto del cuerpo, que dejó de ser un medio para ser alguien y se convirtió en un fin por sí mismo.

En la búsqueda desesperada por suprimir la muerte, el mercado ahora lo que vende es salud. Vampiros, condesas, alquimistas y excéntricos han buscado el elixir de la eterna juventud durante siglos y ahora las grandes firmas de cosmética lo envasan en lujosos estuches. Jengibre, baba de caracol, uvas, piedras volcánicas, sal rosa del Himalaya, aceite de pino y bergamota. Ya no basta con tener un cuerpo bello sino que tiene que estar sano y sin huellas del tiempo. Se combaten las arrugas al mismo tiempo que el estrés. Se hidrata la piel para humectar la crisis existencial. No importa si el fin de semana te drogas, pierdes los papeles, desfalcas tu tarjeta de crédito. El lunes te espera un vaso leche de soja, el tófu y las clases de Yoga.

La manipulación genética, los avances tecnológicos que reemplazan órganos por aparatos y la vida artificial es pan de cada día y las películas de ciencia ficción empiezan a ser una realidad. No queremos crecer, deseamos permanecer en la tierra del Nunca jamás. El síndrome de Michael Jackson no es exclusivo de famosos y el bótox se vende en los gimnasios con toda normalidad.

La era post-corporal es lo que nos espera. Los iconos de belleza se encuentran en programas de ordenador. Modelos virtuales como Lara Croft marcan las medidas y Webbie Tokay tiene contrato de por vida con la agencia Elite. Las ciberchicas marcarán las tendencias. Ya son protagonistas de exposiciones y concursan en Miss Mundo digital. Estas chicas no están tan alejadas de la imagen de las modelos de carne y hueso, más hueso que carne, retocadas por
ordenador. El mercado lanza modelos imposibles de imitar sin bisturí, cremas, dietas, prótesis y sustancias sintéticas y la cirugía estética y el Photo shop colaboran fehacientemente. Las mujeres de carne y hueso, de más carne que hueso, nos miramos al espejo cada mañana intentando, vanamente, encontrar algún parecido a ellas. Deberíamos poner un post it en el espejo para recordar la frase de Esteé Lauder, la mujer que revolucionó la cosmética: “Lasnovias el día de sus casamientos están todas bellas. Y es porque están en actitud de estar bellas”.


domingo, 7 de junio de 2009

HAPPY TOGETHER, de Wong Kar-Wai

Artículo publicado en la edición Nº51 (1999) de la Revista Kinetoscopio. (Revista de Crítica cinematográfica editada por el Centro Colombo Americano de Medellín)


DOS CHINOS EN EL FIN DEL MUNDO

Hong Kong es una ciudad con los nervios de punta, histérica, asfixiante; la gente grita, come, grita mientras come y corre mientras grita. Donde hay un chino siempre hay mil chinos más. Sus habitantes se acostumbraron a la multitud, a caminar rápido, a pasos cortos, a no mirarse, a no chocarse y escasamente te encuentras solo.

Buenos Aires es una ciudad nocturna, que sufre de insomnio, prende sus luces , pero también las apaga, sus fiestas son tango, sus fiestas son rock, tiene cinco estrellas pero a veces ni una, la ves aturdida y sonámbula, la nostalgia reina, el desenfreno atrapa y todavía encuentras alguna calle vacía donde ni un alma se asoma para recordarte que no estás solo.

Happy Together es un viejo tema de The Turtles que suena a fiesta. Es también la película con la que Wong Kar-wai ganó en 1997 el premio al mejor director en el Festival de Cannes y, sobre todo, es la mentira de Lai y Ho, dos hombres enamorados que lejos entendieron que eso no esta suficiente.

Lai You-fai (Tony Leung Chui-wai) y Ho Po-wing (Leslie Cheung) dejaron Hong Kong para aterrizar en Buenos Aires, sellan sus pasaportes y quedan marcados en el final del mundo, en el sur más sur, atrás Hong Kong queda invertido, desenfocado, para acostarse en una cama en blanco y negro y amarse, tal vez con ansiedad, tal vez con pasión, tal vez con desesperación.

El mantra de Ho es “volvamos a empezar”; el mantra de Lai es “si”. Repiten sus mantras, repiten sus karmas y todos los días vuelven a empezar creyendo, al principio, que su historia era un asunto de amor, pero con el tiempo y sus sucesos, entendieron que antes del amor estaba su condición de hombres, hombres solitarios y casi encerrados en un país desconocido, donde lo más cercano a sus vidas es el otro, a quien querían odiar o por lo menos olvidar.

Por una larga autopista Lai y Ho viajan perdidos, quieren llegar a las cataratas de Iguazú, pero nunca llegan juntos. Un nuevo rompimiento, una nueva despedida que saben que no será la última y empieza la historia de Happy Together (1997).

Lai trabaja de portero en el Bar Sur, suena un bandoneón y una milonga, una pareja baila, en la acera él permanece mientras bebe, tal vez brandy, se fuma un cigarrillo y espera. Tiene un apartamento en una pensión, teléfono público, mueres peleando por la renta en una cocina mugrienta, paredes caídas, papel de colgadura rasgado, televisor sin antena. Su vida transcurre entre cigarrillos y sin sobresaltos, trata de ser consecuente, crear una vida, tener un lugar.

A Ho se le puede encontrar en alguna discoteca, algún motel, algún taxo frenético, sexo a cambio de una noche de luces, música y dinero, con su chaqueta de cuero amarilla seduce y corona la noche. Vive de sus relaciones furtivas, de sus maquinaciones, de sus ambiciones fáciles.

-Volvamos a empezar.

-No.

Demasiados si, demasiado amor, demasiada desolación. Encuentros, reconciliaciones, desencuentros. Son dos chinos varados literalmente en el fin del mundo, incapaces de ser felices juntos e incapaces de serlo por separado. Permaneces incomunicados, en el más perfecto mutismo, aislados, y no es cuestión de idioma, están ensimismados.

-Volvamos a empezar.

-No me busques más.

Pero cómo no buscarse, cómo no dejarse encontrar. No es tan fácil. Comparten su origen, su lenguaje, su lejanía, su soledad y su aislamiento. No es cuestión de amor o desamor simplemente, es humanidad, cooperación, son sus vidas unidas inevitablemente. Es así cono Ho puede aparecer herido en la casa de Lai y se abrazan con dolor. Es así como Ho puede recostar su cabeza en el hombro de Lai mientras viajan en un taxi y recibe con gusto un par de caladas. Así fue como Lai se va a dormir al sofá y cede su cama a Ho y, nuevamente viviendo juntos, empiezan a vivir en el infierno.

Ho con las manos vendadas, ciego de la soberbia y la inconsciencia no entiende que Yiu no quiera compartir más su misma cama, a pesar de que lo baña, le da de comer y mata las pulgas que lo han picado. Lai, por su parte, quisiera tenerlo lejos pero lo retiene, lo cela, lo encierra, no soporta la idea de que salga con otros hombres, de que se ponga su chaqueta de cuero amarilla y trata de mantenerlo al tanto de ese Buenos Aires a cien kilómetros por hora hasta el punto de llenarse los brazos con paquetes de cigarrillos para que Ho no tenga necesidad de buscar la noche.

Viven una guerra de roces, chantajes, peleas y aún así pueden bailar un tango en una cocina de baldosines grasientos y curtidos, tocarse nuevamente, como siempre, tal vez con pasión, tal vez con desesperación.

Yui cambia de empleo, una especie de violencia lo desquicia, ahora trabaja en la cocina de un restaurante chino, entre el brócoli, los huevos y el mijong, llama a Ho frecuentemente mientras una voz grita: “Siempre hablando por teléfono”.Chung, otro extranjero varado que viene de Taipei, se mantiene atento ante Lai, su voz, lo que dice y cómo lo dice, y descubre fácilmente que Lai no es feliz.

Chung y Lai empiezan a compartir sus vidas, su relación transcurre entre partidos de fútbol callejero, cervezas, conversaciones pausadas, un llanto queda grabado en una cinta magnética, nadie busca involucrarse con nadie, nada de enredos, de líos, simplemente comparten un tiempo. En poco tiempo logran estar muy cerca, no es cuestión de cuerpos, pasiones y amoríos, es sólo el poder compartir con alguien un poco el alma, porque se la muestras, porque te la descubre, sin dolor, hasta una nueva ausencia.

Lai sabe que llegó también su hora de irse, está perdido en esa ciudad de stops rojos alejándose y de luces amarillas acercándose, busca la noche, la calle, el sexo anónimo pero sabe que ese mundo no es el suyo, y prefiere trabajar en un matadero, entre reses muertas y remolinos de sangre, hasta largarse con sus recuerdos, sus cigarrillos y el hastío que quiere mojar en las cataratas de Iguazú, un viaje de dos, ahora él solo, Happy together.

Y Lai empezando de nuevo, Chung haciendo su propio destino y Ho cargando sus propios pesares, saben que nunca serán los mismos, aunque vuelvan a visitar le mercado y recorrer la ciudad en metro, aunque vuelvan a escuchar las misma canciones y a oler sus olores, saben que Hong Kong ya no es el mismo porque ellos no lo son.

LA INVASIÓN CHINA DE LOS SENTIDOS

¿A quien le interesa si la historia de esta película transcurre entre un hombre y una mujer, un hombre con otro hombre o una mujer con una mujer? A nadie debería interesarle. Según el mismo Wong Kar-wai, esta historia es simplemente acerca de las relaciones humanas, donde las personas aman y odia con la misma intensidad sin importar el sexo.

Aunque muchos insisten en subrayar que es una película acerca de la homosexualidad, el director en ningún momento se esfuerza en destacar esa temática, surge con una naturalidad difícil de rastrear en otros filmes, siendo la forma más consecuente y honesta cuando se quiere hacer una película que rompa los estereotipos y el tabú que la temática gay despierta, donde se cae fácilmente en lugares comunes y la homosexualidad sigue tratándose como una gran novedad en la que hay que detenerse como un fenómeno. Happy together logra traspasar esa gastada concepción y se siente libre, más allá de bien y del mal.

Wong Kar-wai, que ha sido comparado con Antonioni y Godard en el cine , y con Kerouac en la literatura. introduce una innovación técnica y estética en el cine de Hong Kong. La película parece un homenaje al color, los rojos son sangre, los amarillos tierra y el azul da frío. El fotógrafo australiano, Christopher Doyle, quien ya había trabajado con el director, nos invierte la cámara, se paraliza y baila con ella, hay momentos frenéticos, de imágenes cortar a toda velocidad y luego un letargo como un largo silencio.

La música es otra historia: Caetano Veloso, Frank Zappa, Astor Piazzolla, suenas a cataratas, a colchón sin sábana, a carro sin gasolina, acomida con palillos, a tacones de bailarina y a taxi sin frenos. “Con los oídos se ve mucho mejor que con los ojos, se puede fingir que se es feliz con un gesto, pero una voz nunca miente, escuchando lo puedes ver todo”, son palabras de Chung y , ciertamente, escuchando esta película nos acercamos un poco más al alma de estos personajes, al alma de estar historia que se las da de happy, pero escuchamos que no es así.

Wong Kar-wai aparece en escena en 1988 con As Tears Go By y a partir de entonces lo rastreamos en su filmografía como director con Days of Being Wild (1991), Ashes of time (1994), Chunking Express (1994), Fallen Angels (1995) y Happy Together (1997) que nos deja con la sensación de una cinematografía que explora en la estética, pero que no se queda contemplándola sin que con ella profundiza en la honduras de los hombres, en sus secretos inconfesables, en su vida cotidiana llena de sinsabores, muecas, reconciliaciones, amor y desamor. Sus películas han explorado diversos mundos, los gángsters, la ferocidad de los años sesenta, luchadores de artes marciales, policías sentimentales, violencia inclemente y eternos solitarios. Puede leerse en sus filmes una ambigüedad, Wong Kar-wai es un amante de la acción , puede rastrearse su gusto por el vértigo, la velocidad, la violencia y al mismo tiempo, como en una persecución, corre tras esa acción un sentimiento y un drama psicológico. Sus personajes frenéticos cada vez se hacen más humanos, no son héroes, son hombres.

Sus últimos filmes parten de una imposibilidad. Las voces en off de sus personajes nos hablan de ellos, es una voz reflexiva, no referencial, que piensa, que trata de esclarecer encrucijadas, apuesta al destino. Es un cine básicamente de acción en cuanto acontecimientos, uno tras otro; sin embargo deja un espacio exclusivo para el pensamiento, para el discernimiento, que nos deja penetrar en un ámbito mucho más subjetivo, de percepciones, intuiciones, cuatro sentidos.

El cine Made in China y, en general, el de ese Oriente remoto, ha sido desconocido en estos lados por muchos años. Sus directores, sumidos en el anonimato, apenas, después de años de trabajo y una rica filmografía, se están dando a conocer a través de los diferentes festivales internacionales, llegando a nosotros, un poco tarde, pero justo a tiempo para invadir nuestros sentidos.


viernes, 5 de junio de 2009

CLOQUERS, de Spike Lee

Artículo publicado en la edición Nº 54 de Kinetoscopio. 2000.



¡LE DISPARÉ A ALGUIÉN!

El HOMBRO DESNUDO de un hombre negro, con el orificio perfecto de una bala, y no propiamente perdida, se aleja lentamente para dejarnos contemplar el panorama de un hombre muerto y muerto a balazos. Mientras tanto, el letrero de la Universal Pictures hace su magnífica aparición y anuncia a Spike Lee como su director. Nada qué hacer, lo que siguen son muertos, muertos con una bala en la mejilla, en la espalda, en la nuca, muertos en la calle, hay sangre en los tacones blancos de una mujer, sangre seca, sangre en delgados hilitos y sangre derramada en nombre de nadie.

Un libro de Richard Price, nominado por The National Book Critics Circle Award fue el origen de Clockers, una película que cuenta con nombres como Martin Scorsese como productor –luego de cederle la dirección a Spike Lee- Terence Blanchard en musicalización, Sam Pollard en edición y Hervey Keitel, Isais Washington, Delroy Lindo y John Toturro como algunos de los actores. Una película donde Spike Lee vuelve a realizar un retrato fiel y vívido de la comunidad negra que habita la capital del mundo. Brooklin es a ahora el escenario donde veremos cómo no es necesario ser un asesino para tener el valor y, si se quiere, el desquicio para descargar un arma en el cuerpo de otro.

En medio de cintas amarillas y letras negras donde se lee: Crime scence, do not cross, comienza Clockers (1995), una película que transitó silenciosa, fantasma e invisible en nuestras carteleras, un film que pareciera el resultad de una decantación, donde Spike Lee pasara más de una docena de sus películas por un cedazo, esperara pacientemente, sin afanes pero con pretensiones, y dejara capturado lo mejor de ellas. Una fotografía y una cámara que intentan trasmitir la realidad tal cual, pero que inevitablemente la sublima, haciéndola lucir bella y hasta poética a pesar de su crudeza; Un guión complejo, comprometido y bien resuelto; temas musicales que no sólo suenan; una edición en manos de Sam Pollard, quien ya había trabajado para Spike Lee en varias de sus películas, nos pasea inteligentemente entre el presente y el pasado, dejando que sea el mismo espectador quien reconstruya el relato; unos personajes tan reales como cautivadores, que no saben nada de estrellas sino de actores.

En un parque, que puede ser feroz y desalmado como cualquiera, es donde Spike Lee pone a transitar esta historia de policías y ladrones, en este caso de policías y Clockers, conocidos así los dealears o vendedores de drogas. Spike Lee se toma todo su tiempo, más de dos horas y media, para contarnos la historia de Strike (Mekhi Phifer), uno de los tantos que habitan esos condominios, quien sufre el úlcera, es experto en ferrocarriles y está apadrinado por Rodney Little (Delroy Lindo), un hombre seriamente respetado en el negocio a la fuerza con quien se verá involucrado en un homicidio.

El policía es Rocco Klein (Harvey Keitel), quien vuelve tres años después a las calles de New York, otra vez en nombre de la ley, luego de protagonizar Bad Lieutenant (1992), de Abel Ferrara, pero al contrario del film de Ferrara, donde es un policía corrupto, canalla y sin escrúpulos, en Clockers, Keitel tiene la oportunidad de redimirse y es un buen policía, o por lo menos quiere hacer justicia al lado de su compañero Larry Mazilli (John Toturro).

Tras una calma aparente el parque, en un día cualquiera empieza a hervir como el agua. Suena una canción Children of the guetto, como un coro de niños de iglesia un domingo. Un joven blanco llega a comprar droga, el negocio está perfectamente trazado, todos ocupan sus lugares estratégicos, un silbido, una mano roza un cráneo, señales al estilo béisbol, paquetes dejados silenciosamente en una caneca, miradas cautelosas, oídos afilados; sin embargo, la policía hace su incursión, con la ferocidad y la brutalidad a la que Spike Lee nos tiene acostumbrados, manos en la cabeza, sus bolsillos son saqueados, sus nalgas son desnudas y humilladas ante los ojos de una madre que observa tras una ventana. El gato y el ratón, el juego de siempre: están limpios.

Escenas cotidianas, ninguna novedad en el frente hasta que Rodney busca a Strike para solucionar un problema. Horas más tarde un hombre que atendía en un puesto de comidas rápidas es encontrado muerto en la calle, con cuatro impactos de bala; y con la misma crudeza, llegan los investigadores Rocco y Mazilli a la escena del crimen donde yace el tendero muerto, Spike Lee, de overol azul y casco blanco y con un cinismo difícil de igualar, propio de Keitel, manipulan el cuerpo. Rocco hace la presentación oficial entre el muerto y sus compañeros e incluso canta el trozo de una canción. Lo que sigue son gajes del oficio: calculan su edad y cuentan el número de orificios que atraviesan el cuerpo. Victor (Isaias Washington), el hermano de Strike, confiesa ser el asesino, ¡Le disparé a alguién!, pero los detectives Rocco y Mazilli no están tan convencidos - Victor es un buen hombre, padre de familia, hijo ejemplar, no tiene el cuadro clínico de un asesino-, y apuntan su olfato hacia Strike: están convencidos que él, y no se hermano, es el culpable.

Y es precisamente el cínico del detective Rocco quien nos conducirá por este crimen donde se involucran las más complejas y dolorosas relaciones familiares, donde los niños ya no distinguen la diferencia ente un video juego y la realidad, donde es difícil sobrevivir en la lay y fuera de ella, donde los asesinos no son los únicos que matan, porque la vida y la muerte están en la misma esquina dibujada en aerosol. La caracterización de los personajes, las relaciones entre ellos y la forma como se presentan los acontecimientos nos dejan ver a ese Spike Lee que presenta las dos caras de la moneda, donde los sucesos siempre están rodeados de circunstancia y personalidades ambiguas; no es tan fácil, no hay chicos malos ni buenos, todos somos un poco de las dos cosas.

SRIKE, EL DISCÍPULO

Siempre con una Milanta en la mano, Strike camina sin prisa. Su actitud le da la apariencia de estar más allá del bien y del mal, lleva la cabeza rapada como todos aquellos que han sido adoctrinados por Rodney. Durante el transcurso de la investigación, la úlcera de Strike se agudiza, escupe sangre en sus pañuelos y empieza a ser perseguido desde todos los frentes. Rocco no lo pierde de vista, Rodney quiere su silencio, una madre en cólera lo acusa del ser el culpable de la cabeza rapada de su hijo y un policía del barrio no pierde oportunidad para tomarlo por el cuello. Mientras tanto intenta sacar a su hermano de la cárcel, sobrevivir y recitar la historia de los ferrocarriles mientras raspa una roca de cocaína. Su último paisaje será el amarillo seco y desolado de un atardecer.

Strike, que nació en el seno de una familia donde la palabra dignidad se convierte en una oración, permanece en el lindero entre lo que conoce como bueno y lo que descubre como oportuno. No le vende el alma al diablo, sólo se la alquila.

TYRONE , EL HEREDERO

Un niño, de unos diez años, será el heredero de toda esta barbarie. Tyrone es uno de los tantos niños que ruedan en bicicleta por los condominios y va a la escuela pero, a diferencia del resto, fue el elegido por Strike, como él lo fue de Rodney, para perpetuarse. Tyrone no duda e raparse la cabeza y ser cómplice de los ferrocarriles, las rocas blancas y las armas.

Juega Gansta, un videojuego donde un niño en bicicleta apunta con un arma y cada punto será el resultado de un disparo directo al corazón. Tyrone está en un campo minado, Gat´ Cha, suena una bala.

Tyrone es los miles de niños que desde la cuna aprenden de calibres y distinguen, a la primera detonación, si es una bala, un taco de dinamita o de pólvora. Es uno de los tanto que se cansará de tratar por la buenas y levantarse antes de que salga el sol. Tarde o temprano se dará cuenta que hay caminos más fáciles en una sociedad donde siempre será un emergente.

SPIKE LEE, EL MENSAJERO

En medio del fuego cruzado, Spike Lee aparece sin temor. No le teme a las escenas de gran magnitud, a los planos inesperados, no teme mostrar los muertos y levantar su hedor, no disimula la sangre ni la brutalidad. Al igual que varias de sus películas, Clockers fue clasificada con una R, una R que nos advierte una gráfica violencia, un lenguaje fuerte y con contenido de drogas.

Como en casi todas de las películas de Spike Lee, la trama es un tejido que se va enredando hasta hacerse invisible el hilo que las originó. Los personajes van involucrándose los unos con los otros, y como dice la frase promocional del filme, Cuando hay un asesino en la calle, todo el mundo es sospechoso. Las consecuencias de los actos son impredecibles, cualquiera puede estar en el lugar equivocado, a cualquiera le puede llegar la hora en la parada del bus o paseando a su perro.

Puede decirse que Spike Lee tiene cuatro películas donde condensa todas sus aspiraciones activistas acerca de la problemática racial, pero en realidad todas lo son. Lee tienen una baraja abierta de posibilidades donde recrea un pedazo de esa comunidad, pero es en Get on the bus (La marcha del millón de hombres, 1996), Do the right thing (Haz lo correcto, 1989), Malcom X (1992) y Clockers, (Hermanos de sangre, 1995), donde el director saca todas sus reservas y plasma una obra verídica sin escatimar esfuerzos para plasmar esa realidad, que tanto conoce, tal y como es. Pero a diferencia de las dos primeras, su discurso anti-racista aparece en Clockers más tácito que en otros de dos filmes, pero siempre está merodeando las esquinas. Spike Lee presenta esta historia, y si se quiere, esta tragedia, como en cámara lenta. Habla de esa realidad desalmada, inhumana y feroz, pero se intuye a un Spike Lee que ya no siente rabia; sucede algo más doloroso: en Clockers, la rabia es sustituida por la tristeza.