domingo, 7 de junio de 2009

HAPPY TOGETHER, de Wong Kar-Wai

Artículo publicado en la edición Nº51 (1999) de la Revista Kinetoscopio. (Revista de Crítica cinematográfica editada por el Centro Colombo Americano de Medellín)


DOS CHINOS EN EL FIN DEL MUNDO

Hong Kong es una ciudad con los nervios de punta, histérica, asfixiante; la gente grita, come, grita mientras come y corre mientras grita. Donde hay un chino siempre hay mil chinos más. Sus habitantes se acostumbraron a la multitud, a caminar rápido, a pasos cortos, a no mirarse, a no chocarse y escasamente te encuentras solo.

Buenos Aires es una ciudad nocturna, que sufre de insomnio, prende sus luces , pero también las apaga, sus fiestas son tango, sus fiestas son rock, tiene cinco estrellas pero a veces ni una, la ves aturdida y sonámbula, la nostalgia reina, el desenfreno atrapa y todavía encuentras alguna calle vacía donde ni un alma se asoma para recordarte que no estás solo.

Happy Together es un viejo tema de The Turtles que suena a fiesta. Es también la película con la que Wong Kar-wai ganó en 1997 el premio al mejor director en el Festival de Cannes y, sobre todo, es la mentira de Lai y Ho, dos hombres enamorados que lejos entendieron que eso no esta suficiente.

Lai You-fai (Tony Leung Chui-wai) y Ho Po-wing (Leslie Cheung) dejaron Hong Kong para aterrizar en Buenos Aires, sellan sus pasaportes y quedan marcados en el final del mundo, en el sur más sur, atrás Hong Kong queda invertido, desenfocado, para acostarse en una cama en blanco y negro y amarse, tal vez con ansiedad, tal vez con pasión, tal vez con desesperación.

El mantra de Ho es “volvamos a empezar”; el mantra de Lai es “si”. Repiten sus mantras, repiten sus karmas y todos los días vuelven a empezar creyendo, al principio, que su historia era un asunto de amor, pero con el tiempo y sus sucesos, entendieron que antes del amor estaba su condición de hombres, hombres solitarios y casi encerrados en un país desconocido, donde lo más cercano a sus vidas es el otro, a quien querían odiar o por lo menos olvidar.

Por una larga autopista Lai y Ho viajan perdidos, quieren llegar a las cataratas de Iguazú, pero nunca llegan juntos. Un nuevo rompimiento, una nueva despedida que saben que no será la última y empieza la historia de Happy Together (1997).

Lai trabaja de portero en el Bar Sur, suena un bandoneón y una milonga, una pareja baila, en la acera él permanece mientras bebe, tal vez brandy, se fuma un cigarrillo y espera. Tiene un apartamento en una pensión, teléfono público, mueres peleando por la renta en una cocina mugrienta, paredes caídas, papel de colgadura rasgado, televisor sin antena. Su vida transcurre entre cigarrillos y sin sobresaltos, trata de ser consecuente, crear una vida, tener un lugar.

A Ho se le puede encontrar en alguna discoteca, algún motel, algún taxo frenético, sexo a cambio de una noche de luces, música y dinero, con su chaqueta de cuero amarilla seduce y corona la noche. Vive de sus relaciones furtivas, de sus maquinaciones, de sus ambiciones fáciles.

-Volvamos a empezar.

-No.

Demasiados si, demasiado amor, demasiada desolación. Encuentros, reconciliaciones, desencuentros. Son dos chinos varados literalmente en el fin del mundo, incapaces de ser felices juntos e incapaces de serlo por separado. Permaneces incomunicados, en el más perfecto mutismo, aislados, y no es cuestión de idioma, están ensimismados.

-Volvamos a empezar.

-No me busques más.

Pero cómo no buscarse, cómo no dejarse encontrar. No es tan fácil. Comparten su origen, su lenguaje, su lejanía, su soledad y su aislamiento. No es cuestión de amor o desamor simplemente, es humanidad, cooperación, son sus vidas unidas inevitablemente. Es así cono Ho puede aparecer herido en la casa de Lai y se abrazan con dolor. Es así como Ho puede recostar su cabeza en el hombro de Lai mientras viajan en un taxi y recibe con gusto un par de caladas. Así fue como Lai se va a dormir al sofá y cede su cama a Ho y, nuevamente viviendo juntos, empiezan a vivir en el infierno.

Ho con las manos vendadas, ciego de la soberbia y la inconsciencia no entiende que Yiu no quiera compartir más su misma cama, a pesar de que lo baña, le da de comer y mata las pulgas que lo han picado. Lai, por su parte, quisiera tenerlo lejos pero lo retiene, lo cela, lo encierra, no soporta la idea de que salga con otros hombres, de que se ponga su chaqueta de cuero amarilla y trata de mantenerlo al tanto de ese Buenos Aires a cien kilómetros por hora hasta el punto de llenarse los brazos con paquetes de cigarrillos para que Ho no tenga necesidad de buscar la noche.

Viven una guerra de roces, chantajes, peleas y aún así pueden bailar un tango en una cocina de baldosines grasientos y curtidos, tocarse nuevamente, como siempre, tal vez con pasión, tal vez con desesperación.

Yui cambia de empleo, una especie de violencia lo desquicia, ahora trabaja en la cocina de un restaurante chino, entre el brócoli, los huevos y el mijong, llama a Ho frecuentemente mientras una voz grita: “Siempre hablando por teléfono”.Chung, otro extranjero varado que viene de Taipei, se mantiene atento ante Lai, su voz, lo que dice y cómo lo dice, y descubre fácilmente que Lai no es feliz.

Chung y Lai empiezan a compartir sus vidas, su relación transcurre entre partidos de fútbol callejero, cervezas, conversaciones pausadas, un llanto queda grabado en una cinta magnética, nadie busca involucrarse con nadie, nada de enredos, de líos, simplemente comparten un tiempo. En poco tiempo logran estar muy cerca, no es cuestión de cuerpos, pasiones y amoríos, es sólo el poder compartir con alguien un poco el alma, porque se la muestras, porque te la descubre, sin dolor, hasta una nueva ausencia.

Lai sabe que llegó también su hora de irse, está perdido en esa ciudad de stops rojos alejándose y de luces amarillas acercándose, busca la noche, la calle, el sexo anónimo pero sabe que ese mundo no es el suyo, y prefiere trabajar en un matadero, entre reses muertas y remolinos de sangre, hasta largarse con sus recuerdos, sus cigarrillos y el hastío que quiere mojar en las cataratas de Iguazú, un viaje de dos, ahora él solo, Happy together.

Y Lai empezando de nuevo, Chung haciendo su propio destino y Ho cargando sus propios pesares, saben que nunca serán los mismos, aunque vuelvan a visitar le mercado y recorrer la ciudad en metro, aunque vuelvan a escuchar las misma canciones y a oler sus olores, saben que Hong Kong ya no es el mismo porque ellos no lo son.

LA INVASIÓN CHINA DE LOS SENTIDOS

¿A quien le interesa si la historia de esta película transcurre entre un hombre y una mujer, un hombre con otro hombre o una mujer con una mujer? A nadie debería interesarle. Según el mismo Wong Kar-wai, esta historia es simplemente acerca de las relaciones humanas, donde las personas aman y odia con la misma intensidad sin importar el sexo.

Aunque muchos insisten en subrayar que es una película acerca de la homosexualidad, el director en ningún momento se esfuerza en destacar esa temática, surge con una naturalidad difícil de rastrear en otros filmes, siendo la forma más consecuente y honesta cuando se quiere hacer una película que rompa los estereotipos y el tabú que la temática gay despierta, donde se cae fácilmente en lugares comunes y la homosexualidad sigue tratándose como una gran novedad en la que hay que detenerse como un fenómeno. Happy together logra traspasar esa gastada concepción y se siente libre, más allá de bien y del mal.

Wong Kar-wai, que ha sido comparado con Antonioni y Godard en el cine , y con Kerouac en la literatura. introduce una innovación técnica y estética en el cine de Hong Kong. La película parece un homenaje al color, los rojos son sangre, los amarillos tierra y el azul da frío. El fotógrafo australiano, Christopher Doyle, quien ya había trabajado con el director, nos invierte la cámara, se paraliza y baila con ella, hay momentos frenéticos, de imágenes cortar a toda velocidad y luego un letargo como un largo silencio.

La música es otra historia: Caetano Veloso, Frank Zappa, Astor Piazzolla, suenas a cataratas, a colchón sin sábana, a carro sin gasolina, acomida con palillos, a tacones de bailarina y a taxi sin frenos. “Con los oídos se ve mucho mejor que con los ojos, se puede fingir que se es feliz con un gesto, pero una voz nunca miente, escuchando lo puedes ver todo”, son palabras de Chung y , ciertamente, escuchando esta película nos acercamos un poco más al alma de estos personajes, al alma de estar historia que se las da de happy, pero escuchamos que no es así.

Wong Kar-wai aparece en escena en 1988 con As Tears Go By y a partir de entonces lo rastreamos en su filmografía como director con Days of Being Wild (1991), Ashes of time (1994), Chunking Express (1994), Fallen Angels (1995) y Happy Together (1997) que nos deja con la sensación de una cinematografía que explora en la estética, pero que no se queda contemplándola sin que con ella profundiza en la honduras de los hombres, en sus secretos inconfesables, en su vida cotidiana llena de sinsabores, muecas, reconciliaciones, amor y desamor. Sus películas han explorado diversos mundos, los gángsters, la ferocidad de los años sesenta, luchadores de artes marciales, policías sentimentales, violencia inclemente y eternos solitarios. Puede leerse en sus filmes una ambigüedad, Wong Kar-wai es un amante de la acción , puede rastrearse su gusto por el vértigo, la velocidad, la violencia y al mismo tiempo, como en una persecución, corre tras esa acción un sentimiento y un drama psicológico. Sus personajes frenéticos cada vez se hacen más humanos, no son héroes, son hombres.

Sus últimos filmes parten de una imposibilidad. Las voces en off de sus personajes nos hablan de ellos, es una voz reflexiva, no referencial, que piensa, que trata de esclarecer encrucijadas, apuesta al destino. Es un cine básicamente de acción en cuanto acontecimientos, uno tras otro; sin embargo deja un espacio exclusivo para el pensamiento, para el discernimiento, que nos deja penetrar en un ámbito mucho más subjetivo, de percepciones, intuiciones, cuatro sentidos.

El cine Made in China y, en general, el de ese Oriente remoto, ha sido desconocido en estos lados por muchos años. Sus directores, sumidos en el anonimato, apenas, después de años de trabajo y una rica filmografía, se están dando a conocer a través de los diferentes festivales internacionales, llegando a nosotros, un poco tarde, pero justo a tiempo para invadir nuestros sentidos.