viernes, 5 de junio de 2009

CLOQUERS, de Spike Lee

Artículo publicado en la edición Nº 54 de Kinetoscopio. 2000.



¡LE DISPARÉ A ALGUIÉN!

El HOMBRO DESNUDO de un hombre negro, con el orificio perfecto de una bala, y no propiamente perdida, se aleja lentamente para dejarnos contemplar el panorama de un hombre muerto y muerto a balazos. Mientras tanto, el letrero de la Universal Pictures hace su magnífica aparición y anuncia a Spike Lee como su director. Nada qué hacer, lo que siguen son muertos, muertos con una bala en la mejilla, en la espalda, en la nuca, muertos en la calle, hay sangre en los tacones blancos de una mujer, sangre seca, sangre en delgados hilitos y sangre derramada en nombre de nadie.

Un libro de Richard Price, nominado por The National Book Critics Circle Award fue el origen de Clockers, una película que cuenta con nombres como Martin Scorsese como productor –luego de cederle la dirección a Spike Lee- Terence Blanchard en musicalización, Sam Pollard en edición y Hervey Keitel, Isais Washington, Delroy Lindo y John Toturro como algunos de los actores. Una película donde Spike Lee vuelve a realizar un retrato fiel y vívido de la comunidad negra que habita la capital del mundo. Brooklin es a ahora el escenario donde veremos cómo no es necesario ser un asesino para tener el valor y, si se quiere, el desquicio para descargar un arma en el cuerpo de otro.

En medio de cintas amarillas y letras negras donde se lee: Crime scence, do not cross, comienza Clockers (1995), una película que transitó silenciosa, fantasma e invisible en nuestras carteleras, un film que pareciera el resultad de una decantación, donde Spike Lee pasara más de una docena de sus películas por un cedazo, esperara pacientemente, sin afanes pero con pretensiones, y dejara capturado lo mejor de ellas. Una fotografía y una cámara que intentan trasmitir la realidad tal cual, pero que inevitablemente la sublima, haciéndola lucir bella y hasta poética a pesar de su crudeza; Un guión complejo, comprometido y bien resuelto; temas musicales que no sólo suenan; una edición en manos de Sam Pollard, quien ya había trabajado para Spike Lee en varias de sus películas, nos pasea inteligentemente entre el presente y el pasado, dejando que sea el mismo espectador quien reconstruya el relato; unos personajes tan reales como cautivadores, que no saben nada de estrellas sino de actores.

En un parque, que puede ser feroz y desalmado como cualquiera, es donde Spike Lee pone a transitar esta historia de policías y ladrones, en este caso de policías y Clockers, conocidos así los dealears o vendedores de drogas. Spike Lee se toma todo su tiempo, más de dos horas y media, para contarnos la historia de Strike (Mekhi Phifer), uno de los tantos que habitan esos condominios, quien sufre el úlcera, es experto en ferrocarriles y está apadrinado por Rodney Little (Delroy Lindo), un hombre seriamente respetado en el negocio a la fuerza con quien se verá involucrado en un homicidio.

El policía es Rocco Klein (Harvey Keitel), quien vuelve tres años después a las calles de New York, otra vez en nombre de la ley, luego de protagonizar Bad Lieutenant (1992), de Abel Ferrara, pero al contrario del film de Ferrara, donde es un policía corrupto, canalla y sin escrúpulos, en Clockers, Keitel tiene la oportunidad de redimirse y es un buen policía, o por lo menos quiere hacer justicia al lado de su compañero Larry Mazilli (John Toturro).

Tras una calma aparente el parque, en un día cualquiera empieza a hervir como el agua. Suena una canción Children of the guetto, como un coro de niños de iglesia un domingo. Un joven blanco llega a comprar droga, el negocio está perfectamente trazado, todos ocupan sus lugares estratégicos, un silbido, una mano roza un cráneo, señales al estilo béisbol, paquetes dejados silenciosamente en una caneca, miradas cautelosas, oídos afilados; sin embargo, la policía hace su incursión, con la ferocidad y la brutalidad a la que Spike Lee nos tiene acostumbrados, manos en la cabeza, sus bolsillos son saqueados, sus nalgas son desnudas y humilladas ante los ojos de una madre que observa tras una ventana. El gato y el ratón, el juego de siempre: están limpios.

Escenas cotidianas, ninguna novedad en el frente hasta que Rodney busca a Strike para solucionar un problema. Horas más tarde un hombre que atendía en un puesto de comidas rápidas es encontrado muerto en la calle, con cuatro impactos de bala; y con la misma crudeza, llegan los investigadores Rocco y Mazilli a la escena del crimen donde yace el tendero muerto, Spike Lee, de overol azul y casco blanco y con un cinismo difícil de igualar, propio de Keitel, manipulan el cuerpo. Rocco hace la presentación oficial entre el muerto y sus compañeros e incluso canta el trozo de una canción. Lo que sigue son gajes del oficio: calculan su edad y cuentan el número de orificios que atraviesan el cuerpo. Victor (Isaias Washington), el hermano de Strike, confiesa ser el asesino, ¡Le disparé a alguién!, pero los detectives Rocco y Mazilli no están tan convencidos - Victor es un buen hombre, padre de familia, hijo ejemplar, no tiene el cuadro clínico de un asesino-, y apuntan su olfato hacia Strike: están convencidos que él, y no se hermano, es el culpable.

Y es precisamente el cínico del detective Rocco quien nos conducirá por este crimen donde se involucran las más complejas y dolorosas relaciones familiares, donde los niños ya no distinguen la diferencia ente un video juego y la realidad, donde es difícil sobrevivir en la lay y fuera de ella, donde los asesinos no son los únicos que matan, porque la vida y la muerte están en la misma esquina dibujada en aerosol. La caracterización de los personajes, las relaciones entre ellos y la forma como se presentan los acontecimientos nos dejan ver a ese Spike Lee que presenta las dos caras de la moneda, donde los sucesos siempre están rodeados de circunstancia y personalidades ambiguas; no es tan fácil, no hay chicos malos ni buenos, todos somos un poco de las dos cosas.

SRIKE, EL DISCÍPULO

Siempre con una Milanta en la mano, Strike camina sin prisa. Su actitud le da la apariencia de estar más allá del bien y del mal, lleva la cabeza rapada como todos aquellos que han sido adoctrinados por Rodney. Durante el transcurso de la investigación, la úlcera de Strike se agudiza, escupe sangre en sus pañuelos y empieza a ser perseguido desde todos los frentes. Rocco no lo pierde de vista, Rodney quiere su silencio, una madre en cólera lo acusa del ser el culpable de la cabeza rapada de su hijo y un policía del barrio no pierde oportunidad para tomarlo por el cuello. Mientras tanto intenta sacar a su hermano de la cárcel, sobrevivir y recitar la historia de los ferrocarriles mientras raspa una roca de cocaína. Su último paisaje será el amarillo seco y desolado de un atardecer.

Strike, que nació en el seno de una familia donde la palabra dignidad se convierte en una oración, permanece en el lindero entre lo que conoce como bueno y lo que descubre como oportuno. No le vende el alma al diablo, sólo se la alquila.

TYRONE , EL HEREDERO

Un niño, de unos diez años, será el heredero de toda esta barbarie. Tyrone es uno de los tantos niños que ruedan en bicicleta por los condominios y va a la escuela pero, a diferencia del resto, fue el elegido por Strike, como él lo fue de Rodney, para perpetuarse. Tyrone no duda e raparse la cabeza y ser cómplice de los ferrocarriles, las rocas blancas y las armas.

Juega Gansta, un videojuego donde un niño en bicicleta apunta con un arma y cada punto será el resultado de un disparo directo al corazón. Tyrone está en un campo minado, Gat´ Cha, suena una bala.

Tyrone es los miles de niños que desde la cuna aprenden de calibres y distinguen, a la primera detonación, si es una bala, un taco de dinamita o de pólvora. Es uno de los tanto que se cansará de tratar por la buenas y levantarse antes de que salga el sol. Tarde o temprano se dará cuenta que hay caminos más fáciles en una sociedad donde siempre será un emergente.

SPIKE LEE, EL MENSAJERO

En medio del fuego cruzado, Spike Lee aparece sin temor. No le teme a las escenas de gran magnitud, a los planos inesperados, no teme mostrar los muertos y levantar su hedor, no disimula la sangre ni la brutalidad. Al igual que varias de sus películas, Clockers fue clasificada con una R, una R que nos advierte una gráfica violencia, un lenguaje fuerte y con contenido de drogas.

Como en casi todas de las películas de Spike Lee, la trama es un tejido que se va enredando hasta hacerse invisible el hilo que las originó. Los personajes van involucrándose los unos con los otros, y como dice la frase promocional del filme, Cuando hay un asesino en la calle, todo el mundo es sospechoso. Las consecuencias de los actos son impredecibles, cualquiera puede estar en el lugar equivocado, a cualquiera le puede llegar la hora en la parada del bus o paseando a su perro.

Puede decirse que Spike Lee tiene cuatro películas donde condensa todas sus aspiraciones activistas acerca de la problemática racial, pero en realidad todas lo son. Lee tienen una baraja abierta de posibilidades donde recrea un pedazo de esa comunidad, pero es en Get on the bus (La marcha del millón de hombres, 1996), Do the right thing (Haz lo correcto, 1989), Malcom X (1992) y Clockers, (Hermanos de sangre, 1995), donde el director saca todas sus reservas y plasma una obra verídica sin escatimar esfuerzos para plasmar esa realidad, que tanto conoce, tal y como es. Pero a diferencia de las dos primeras, su discurso anti-racista aparece en Clockers más tácito que en otros de dos filmes, pero siempre está merodeando las esquinas. Spike Lee presenta esta historia, y si se quiere, esta tragedia, como en cámara lenta. Habla de esa realidad desalmada, inhumana y feroz, pero se intuye a un Spike Lee que ya no siente rabia; sucede algo más doloroso: en Clockers, la rabia es sustituida por la tristeza.